martes, 29 de abril de 2008

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MANUEL CASTELLS - 10/05/2003
El eje Madrid-Washington
Este eje es táctico y está basado en la política del miedo. Aznar parece dispuesto a iniciar la “palestinización” de Euskadi
MANUEL CASTELLS - 04:16 horas - 10/05/2003
En mis conversaciones recientes con observadores internacionales de distintas tendencias me han planteado una pregunta recurrente: ¿por qué Aznar se juega su futuro y el de su partido apoyando a Bush incondicionalmente, ignorando al 90% de su opinión pública y a todos los demás partidos? ¿Cuál es el interés de España para alinearse totalmente con EE.UU. en contradicción directa con Francia, Alemania y las Naciones Unidas, aun a riesgo de dividir a la Unión Europea? Mi respuesta, que he expresado en algunos medios de comunicación, parece verificarse con las declaraciones e iniciativas del presidente del Gobierno durante su estancia en EE.UU. esta semana. No hay que banalizar las actitudes de Aznar como rasgos psicológicos o de afirmación de su ego. De hecho, todos los líderes políticos tienen un ego desmesurado, eso es lo que los hace ser líderes políticos. La diferencia es entre quien tiene proyecto político o simplemente trata de aferrarse al poder. Y Aznar tiene un proyecto político. Un proyecto que cree poder impulsar ahora aprovechando una coyuntura favorable. Es un proyecto de nacionalismo español a la antigua usanza, traducido al nuevo contexto democrático y autonómico.
Ese nacionalismo, como todos, tiene dos aspectos, hacia el mundo y hacia el país. Hacia el mundo, se trata de que España cuente, o sea, que, en palabras de Aznar, “juegue en primera división”, que se codee con los grandes y, sobre todo, con el más grande en un momento en que el superpoder necesitaba apoyo diplomático en Europa. Al hacerse interlocutor en nombre de Bush de países latinoamericanos (como México) o de países árabes (como Siria) con los que España tenía buenas relaciones, Aznar intentó hacerse valer como aliado privilegiado de EE.UU., aunque su misión con Fox fuera un fracaso y su neutralidad en Oriente Medio pierda credibilidad.
Pero el verdadero interés del proyecto neonacionalista español hay que leerlo en clave interna. Aznar está profundamente preocupado por el proyecto soberanista vasco, apoyado por fuerzas políticas que representan a un poco más de la mitad de los votantes. Naturalmente, el bloqueo de ese proyecto incluye la lucha a muerte contra ETA, pero sin perder de vista el objetivo fundamental de asimilar violencia y
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nacionalismo vasco para deslegitimarlo internamente e internacionalmente. A ello hay que añadir (a pesar de los pactos de oportunismo político) la inquietud hacia una posible radicalización del nacionalismo catalán (tanto de CiU como de Esquerra) y hacia el federalismo de una España plural y diversa que propone Pasqual Maragall. Según declaró Aznar recientemente, a él no le gustan “las sociedades multiculturales”. Lo cual , además de constituir una advertencia a los inmigrantes, excluye la España plurinacional, a menos que se limite a su versión folklórica. Desde esa perspectiva, el actual presidente del Gobierno prevé tempestades de consideración en el futuro de esa España indivisible, unicultural y re-centralizada con la que sueña. Vinculando el presente terrorista de ETA con una posible crisis constitucional futura, acompañada de situaciones de desobediencia civil, Aznar está sentando las bases para una internacionalización del conflicto vasco, mediante la doble asimilación entre ETA y el nacionalismo democrático y entre terrorismo de ETA y terrorismo global. Ese tipo de discurso y de estrategia difícilmente puede suscitar apoyos en Europa, como indica la distante reacción del Reino Unido a la ambiciosa propuesta de Aznar de unificar el tratamiento de todo terrorismo. Pero sí conecta directamente con la Administración Bush, que ya se ha apresurado a pagar los servicios prestados con la inclusión de Batasuna en la lista de grupos terroristas malditos por EE.UU. Como dice Aznar: “Espero que algunos ciudadanos comprendan ahora que hay esfuerzos, decisiones y viajes que merecen la pena”. Lo que era hipótesis se convierte en constatación. Aprovechando la presidencia española del Comité Contra el Terrorismo de las Naciones Unidas y la fuerza que le da su estrecha relación con Bush, Aznar parece dispuesto a iniciar la “palestinización” de Euskadi, con el horizonte puesto en la afirmación futura de una españolidad indivisa. El punto débil de ese proyecto es que es dudoso que lo sigan los ciudadanos de su propio país en una situación de normalidad democrática. Pero la apuesta implícita es que, calcando la estrategia de tensión desarrollada por Bush, la radicalización indiscriminada de la represión y la confrontación preventiva, pueden generar reacciones, en Euskadi y en otros contextos, que aumenten el grado de conflicto en la sociedad y susciten un clamor popular por una política de mano dura. Lo que facilitaría la hegemonía conservadora. La sintonía entre Bush y Aznar no es sólo personal o ideológica, sino táctica. El eje Madrid-Washington está basado en la política del miedo.
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